Texto y fotos por Julie Sopetrán

A más de dos mil metros de altura, a las orillas del Lago de Pátzcuaro, paramos a las puertas del cementerio de Tzurumútaro. La gente estaba limpiando las tumbas para adornarlas al día siguiente.
Me llamó la atención cómo los niños, jóvenes, familia en general, preparaban la tierra y acomodaban la tumba para recibir las flores, los cirios y las ofrendas.

No era un cementerio más en la monotonía de la tarde. Hicimos unas cuantas fotos y regresamos a la noche siguiente. Nos quedamos con la boca abierta, no, aquel no era el mismo cementerio que habíamos visto el día anterior. Aquel lugar se había convertido en un joyero, en un jardín, en un espectáculo prodigioso. Todo brillaba en la oscuridad de la noche, el colorido de las flores resplandecía ante los cirios. La pulcritud de los paños bordados cubriendo las comidas hechas en casa, para ofrecérsela al muerto, las fotografías de los que regresaban a pasar la noche con los que aquí quedaron.
a emoción de las niñas, envueltas en sus rebozos junto a sus familiares o los niños encendiendo las velas, la mirada serena de la madre con el niño dormido entre sus brazos, el hombre pensativo contemplando la ausencia de los seres queridos, la contemplación de los ancianos frente a las tumbas, la panorámica de luces, daba al fondo una inmensidad interminable del paisaje tan cuidadosamente elaborado. Hablamos con distintas personas, aunque tanta belleza invitaba al silencio, al respeto por las tradiciones, a la contemplación, a la aceptación activa de la muerte en su justa correspondencia de intercambios humanos y sobrenaturales.

Lo gravé en mi memoria por la vivencia y la belleza de los adornos en cada una de sus tumbas, creo que nunca había contemplado en mi vida un cementerio tan bello. Tan auténtico, tan sencillo y a la vez tan artísticamente humanizado de símbolos, luces, flores, adornos. Si en algún lugar una persona puede pensar que la muerte es bella, es sin duda, en la Noche de Muertos en Tzurumútaro, por no decir luego Tzintzuntzan, Ihuatzio, Cucuchucho, Erongarícuaro, Tócuaro o Santa Fe de la Laguna. Por no seguir camino hacia Uruapan, Zacán, Zacapu o Santa Clara del Cobre, Zirahuen… entre otros muchos que ostentan estas celebraciones en la fiesta del primero y segundo día de Noviembre.